Por favor tomen asiento.

Si eres de la Diócesis de Nueva York, sabrás que nuestro Obispo tiene una historia de manipulación de serpientes, pero como solo tengo ocho minutos, al estilo de Michael Curry, no puedo decírselos ahora mismo.

Es un honor estar aquí.

El final de Marcos es una respuesta a un dilema. Los académicos dicen que esta sección es probablemente una adición posterior, todos aquí lo saben. La parte más antigua de este texto termina abruptamente, la tumba está vacía – signo de exclamación o punto, punto, punto, punto y final.

Estos últimos versículos que concluyen en forma bien acabada probablemente sean posteriores, pero son consistentes con los temas en Marcos: discípulos incrédulos; Jesús viene a ellos mientras están en una mesa; debemos proclamar las Buenas Nuevas, recibiremos los dones del Espíritu, y cuando lo hagamos, Dios obrará en nosotros.

Entonces, quizás necesitemos ese recordatorio de que la salvación es para toda la creación, y que tenemos parte en ella. Aquí no hay confusión de que nosotros también tenemos un papel que desempeñar en la irrupción de este reino de Dios. Y que cuando proclamamos esta Buena Nueva, el Espíritu que trabaja en nosotros trae la restauración de todo. Y ese es un asunto muy serio, así que vayamos al grano.

Ahora bien, primeramente, es bueno estar en Texas. Nací y me crié en Dallas, y a veces olvido lo mucho que este estado es mi hogar, hasta que estoy aquí. Por lo tanto, es muy bueno estar aquí.

Para aquellos de ustedes que no son de aquí, estamos en la tierra de los comanches y los kiowas. La cosa fue bien complicada ya que había más de 100 tribus en lo que hoy es Texas, y los comanches eran una tribu grande y dominante, muy fuerte, para el momento de la colonización española. Y a diferencia de la mayoría de los Estados Unidos, España colonizó lo que hoy es Texas, y fue una colonización violenta, esclavizante y basada en la misión. Las Guerras Indias de Texas no culminaron sino hasta el año 1875, después de la Guerra Civil, y terminaron brutalmente, todas ellas fueron brutales.

El sendero comanche, un camino, en realidad una carretera, una ruta transitada, que se dice tenía una milla de ancho en algunas áreas. ¿Puedes imaginar una carretera de una milla de ancho? Como nuestros caminos de hoy, y como las carreteras romanas, estas eran las rutas para el movimiento de personas, bienes, y también para tiempos de guerra.

El sendero comanche comenzaba en lo que ahora es México y llegaba hasta la península de Texas. Si usted maneja desde Austin a Dallas, hay marcadores cerca de los centros comerciales, literalmente, yo he visto uno afuera de un Starbucks. O si se encuentra en el Parque Nacional Big Bend, puede caminar a lo largo de ciertas secciones rodeadas de campos de flores silvestres. Estamos en una hermosa, antigua e histórica parte del país.

Desde el norte de México hacia el sur, hay otras vías que han conectado las migraciones de pueblos antiguos y contemporáneos durante todo el tiempo en que ha habido gente viviendo en este hemisferio. Las carreteras míticas sobre las que los españoles habían oído hablar: arterias comerciales, de poder y de la gente. Una vez leí acerca de un académico que anduvo buscando estos senderos en las selvas amazónicas. Donde el calor, la humedad y la densidad del bosque lo detuvieron constantemente en su búsqueda. Él encontraría los extremos de estos viejos caminos. De modo que se dió por vencido y comenzó a creer que no sería posible que estos lugares despoblados tuvieran tales sistemas de carreteras, pero luego, en una oportunidad, mientras sobrevolaba una sección del Amazonas en otra área, notó un cambio en el paisaje. Mirando más atentamente, observó un paisaje lleno de copas de árboles, logrando divisar que entre los árboles y sus patrones de crecimiento habían largos caminos, la prueba de que solía haber algo así como carreteras o caminos. Con sus propios ojos vio claramente que había habido rutas de viaje a través de lo que ahora es la jungla. Las Américas habían estado conectadas por caminos en la antigüedad. Y la gente de hoy todavía camina por esos senderos hasta nuestra frontera sur. Puedes ver esto también en el norte del estado de Nueva York, donde ahora tenemos bosques, bosques que parecen antiguos, en los que encontrarás paredes de piedra en descomposición, prueba de que una vez fueron tierras de cultivo establecidas antes de que los agricultores se movieran hacia el oeste en su búsqueda de más tierras disponibles a la vez que las guerras indias continuaban en esa parte del país.

Nosotros vivimos en esta tierra, la mayoría de nosotros somos inmigrantes, no todos, pero la mayoría. Tercera, cuarta, quinta, sexta generación, algunos de nosotros primera o segunda como yo. Algunos de nosotros somos descendientes de los que fueron esclavizados. Algunos de nosotros somos descendientes de nativos americanos. Somos un país extraño en ese sentido. En casi todo el resto del mundo, las personas pueden contar las historias de sus familias durante 20, 30, 60 generaciones. Historias que nos dicen quiénes somos en los pedazos de tierra que siempre hemos habitado.

En este hemisferio tenemos historias más cortas que casi siempre comienzan con algún tipo de interrupción, a menudo una que define. Sabemos cómo llegamos aquí, la mayoría de nosotros, y es a menudo donde comienza nuestra historia. Y ha creado una relación complicada con esta tierra:

No es nuestra;

o es nuestra para someterla;

o no la entendemos.

–Es aterrador, o solo estamos de paso.

Estuve por un tiempo como rectora de San Marcos en Bowery, que es una iglesia en la ciudad de Nueva York. Bowery, resulta que no sabía esto, es la palabra holandesa para una finca o una granja grande. Nunca creería que parte de Manhattan era una granja. San Marcos está en el sitio de la tumba de Peter Stuyvesant. Peter Stuyvesant fue el último gobernador general holandés de lo que entonces era Nueva Ámsterdam, ahora Nueva York.

Y fue enterrado en su granja, en su bowery, en el sitio de su capilla, lo que hace que esa iglesia, San Marcos, sea el sitio más antiguo de culto continuo en Nueva York. Y habría sido una pequeña capilla en una granja excavada en los bosques de Manhattan, en los extremos septentrionales del asentamiento a una o dos millas al norte del Muro, la fortificación ubicada al fondo de Manhattan, que resguardaba a la pequeña población allí asentada, protegiendo a la colonia de Nueva York de la población local del norte. Ese muro ahora es Wall Street.

Cuando fui a San Marcos me encontré a gente maravillosa y grandes cosas sucediendo allí, y hubo algunos desafíos como en todas las iglesias.

Y entre las cosas más extrañas que encontré estaba este enorme patio, en la 2.a avenida, una manzana completa entre las calles 10.a y 11.a con una cerca de hierro forjado alrededor. Podías verlo desde la acera o la calle.

Una “tierra de nadie”, me dijeron.

Me dijeron que no fuera, a pesar de que la iglesia estaba asentada en él, para que ni me sentara allí ni definitivamente pusiera mis manos en él. Me dijeron que la gente arrojaba todo tipo de cosas sobre la valla y hacían cosas indescriptibles en ese jardín. Había ratas, las vi, realmente grandes. Y había esta extraña cualidad polvorienta. Estaba reseco y rocoso, lleno de ladrillos rojos. Y las malezas habían prosperado en él. Nueva York recibe mucha lluvia. Es una ciudad bien ajardinada. El estado de esta propiedad, realmente bastante grande en el medio de Manhattan, era muy extraño. Recuerden que este sitio era un bosque, y los bosques insisten en crecer, es mi experiencia, y luego una granja con huertos.

Así que, a medida que conocí la iglesia, aprendí que eran una comunidad pequeña. Tratando de encontrar la manera de llegar a fin de mes alquilando sus espacios. Por entonces, bastante desgastado con la administración de esos alquileres y aquellas relaciones, que como ustedes pueden imaginar eran muy complicadas. Todo el mundo estaba estresado. No quedaba mucha energía, yo sé que no saben nada sobre cosas así.

Entonces, las partes de la iglesia que daban hacia la zona visible del vecindario: el exterior del edificio, las vallas y ese gran patio abierto, se habían convertido en extraños símbolos visuales, disuasivos para la comunidad de la realidad del lugar, un gran patio reseco en una antigua gran propiedad.

Entonces, comenzamos a desmalezar.

Nos dijeron que era un esfuerzo inútil.

Las malas hierbas vuelven, nos dijeron.

Jimmy el sacristán, valiente y poderoso, desmanteló con un martillo un corral arruinado, y mirando por la ventana pude verlo brincar por todo el lugar, mientras soltaba una serie de gritos de los más agudos que he escuchado. Todo esto a la par de presenciar familias de ratas que salían corriendo, expulsadas de lo que debió haber sido su hogar durante décadas.

Así que de ahí venían…

Labramos y removimos rocas y agujas, e incluso cucharas, insinuando uso de crack.

Usamos guantes pesados.

Los adultos jóvenes hicieron el trabajo con nosotros, y todos nos conocimos del modo en que lo haces cuando trabajas en equipo.

¡Dios te ayude! si venías a la iglesia el domingo, te tendríamos en ese patio.

Plantamos césped y colocamos un laberinto.

– No quedó tan perfecto, plantamos rosas y tomillo, y salvia –las aves llegaron, pero tomó un par de años.

Y mientras trabajábamos juntos, escuchamos nuestras historias. Nos enteramos de que los trabajadores habían arrojado al patio los restos de la construcción de la iglesia, luego de un gran incendio; era y es, después de todo, un cementerio.

La idea de cultivar césped o el valorar la importancia del jardín en East Village entre las décadas del 50 al 80 era una locura, nos dijeron, pero ahora, en ese momento, parecía que la tierra estaba pidiendo a gritos su redención, ponerle final al abuso. Y francamente, si miramos alrededor de ese vecindario durante los años de las décadas del 50 al 80, ese era el corazón del movimiento del jardín urbano en la Costa Este, ese vecindario de inmigrantes clamaba por una conexión con la tierra, como las vidas que habían dejado atrás: Cultivar alimentos y flores; cuidar de la tierra del modo que ella lo requiere. Un cuidado, pero realmente un cuidado misterioso que con el poder del Espíritu produce sustento y belleza. La apertura de un camino, pues como ustedes saben en su jardín, es la vida misma la que hace la nueva vida.

Entonces, yo nunca había sido parte de un proyecto como ese. Y no podíamos darnos el lujo de dárselo a otra persona para que lo hiciera. Creo que un profesional habría dicho, muy probablemente con acierto, que debimos dragar todo ese jardín y comenzar con tierra fresca, esa tierra está muerta. Algo así como plantar una iglesia, ¿verdad? Comienzas de nuevo. Pero no pudimos pagarlo. Teníamos un sitio histórico que administrar. Entonces, lo hicimos sección por sección con herramientas alquiladas, como reiniciando la iglesia, supongo, a diferencia de una planta.

Y a medida que cubríamos con abono orgánico y arrojábamos semillas, literal e inmediatamente, las aves del cielo bajaron para comer. Y aprendimos una nueva oración que ellos luego eligieron para arrojarle sus excrementos en el mismo patio.

Sí, literalmente esparcimos semillas y las vimos caer sobre ladrillo, rocas y en buena tierra. Y las cubrimos gentilmente esperando que permanecieran. Pero no sabíamos qué había debajo, o si a las ratas les gustaba comer semillas. Y lo hicimos una y otra, y otra vez, y el césped, cuando lo dejé era bastante desaliñado. Pero es un césped con raíces profundas, elegimos nuestra hierba muy estratégicamente para que eventualmente devolviera la salud al suelo. Y hay flores, y en el otro lado hay frutales. Ahora no es un césped verde impecable al estilo de Texas con el que crecí, sino que el paisaje cuenta la historia de esa comunidad. Una en la que tomará tiempo deshacer viejas heridas y evitar repetirlas, y mientras lo hacemos, debemos preocuparnos por lo que nos corresponde a nosotros en este momento.

Mis padres siempre han tenido un jardín. Cuando era una niña en Dallas, pensé que todos tenían enrejados para sus verduras favoritas en el patio trasero, para nosotros se trataba de algunas verduras indias bastante oscuras, que crecían en un terreno rectangular, muy bien organizado en nuestro patio trasero. Mi padre creció en una granja, así que plantó meticulosamente y en línea recta, y observó las plantas todos los días, y me pregunto si eso lo mantuvo sano en el ambiente alocado en el que vivimos. Mi madre, como siempre, tenía un enfoque más creativo, literalmente, le gustaba diseminar cosas y dejarlas crecer libremente donde necesitaban crecer, entre algunas malezas, y tal vez, ofrecer de vez en cuando algunos esteroides a las plantas, como vitaminas, si alguna necesitaba ayuda para crecer. Y me pregunto si les ayudó a dar sentido al lugar donde habían venido a vivir.

Aprendí en San Marcos que poner nuestras manos en el suelo sana y fundamenta nuestras heridas y corazones. Algunos dicen que la causa principal del quebrantamiento de nuestro corazón en esta era es porque ya no cuidamos la tierra, que los seres humanos requerimos esa conexión para lograr nuestra integridad. Puedo creer eso. Esa es mi experiencia. Incluso podría decirse que el espíritu se puede encontrar en las cosas de la tierra, que podemos reconectarnos en la tierra con lo que literalmente da vida y sustenta todas las cosas: parece que regresamos a la tierra en cada generación, aquellos de nosotros que podemos, porque buscamos sanar, tanto como individuos como personas.

Aquí, en este territorio donde la sabiduría de la tierra ha sido aniquilada, así como sus pueblos más antiguos, luchamos por reconectarnos. La tierra cede bajo el peso de nuestros desechos. Las aguas dejan de fluir; o inundan; o ellas mismas están envenenadas. Algunos de nosotros estamos esperando ansiosamente noticias de un incendio cercano a nuestras casas.

O como escuchamos esta mañana, las tecnologías extractivas, la perforación de petróleo en Alaska, cosas así devastan nuestros frágiles entornos, los que hacen la vida posible. Esas empresas de las cuales ganamos nuestras pensiones, nuestros proyectos permitidos por el gobierno, somos cómplices.

Como dice la oración, hemos violado la creación y abusado los unos de los otros.

Hemos fallado en honrar la imagen de Dios entre nosotros.

Entonces debemos arrepentirnos y volvernos.

Y a medida que nos arrepintamos, la suciedad y las toxinas enterradas en lo más profundo (como todas esas ratas) emergerán.

Estaremos asqueados (siéntete libre de gritar y saltar de un lugar a otro).

No somos inocentes ni inmunes en esta catástrofe.

Pero estaremos mejor cuando se vaya.

Marcados (y tal vez desaliñados), pero mejor.

Podemos vivir de nuevo, pero se necesitará labranza, limpieza, plantación y mantenimiento,

Tomará resistir (y luchar) y cambiar,

una y otra, y otra vez.

La tierra pide nuestra ayuda. Somos sus protectores, dice la Biblia, pero si fallamos, seamos claros, esta tierra seguirá girando, sin nosotros.

Si hacemos este trabajo, mientras laboramos, escuchamos y contamos las historias de nuestros antiguos patrimonios, de esta tierra y nuestros sueños, en esta mesa aparece el Resucitado. El que ha entrado a la tierra misma y ha regresado para decirnos que una nueva vida es posible.

Una forma de descubrir que la vida está presente en las cosas de esta tierra,

y cuando posas tus manos sobre ella:

Tú también puedes expulsar a los demonios de la desolación.

Escucharás las historias de aquellos que nos han precedido.

Sostendrás animales salvajes en tus manos.

Encontrarás en ti mismo el poder para sanar.

Que Dios te haga valiente y creativo en el trabajo del amor.

Que Dios te bendiga a ti y al trabajo de tus manos.

Amén.

This post appeared here first: Sermón del 10 de julio de la Reverenda Winnie Varghese, Trinity Wall Street, Diócesis Episcopal de Nueva York

[Episcopal News Service – General Convention 2018]